Si tenemos la evidencia, que el objetivo dramático de nuestro protagonista en una situación de abandono tenderá por todos los medios a mantener el vínculo cueste lo que cueste, para evitar la vivencia temida, tendremos que aprovecharla. Le proponemos entonces jugarse a fondo poniendo en acto todos los roles de que es capaz para evitar la ruptura que tanto lo angustia.
Esta táctica nos permitirá mover a nuestro protagonista de su focalización encubridora y aparecerá entonces en la interacción dramática, por debajo del miedo: la angustia, la ira, la rivalidad, los celos, la voracidad y la posesividad con todos los roles que se hallan teñidos por tales pasiones básicas, propias de los climas de la matriz de identidad y de la matriz familiar en su primer fase. La contienda dramática y su desenlace, adecuadamente trabajados con las técnicas de doble, espejo e inversión de roles según sea necesario, facilitarán a nuestro protagonista hacer evidente que está logrando exactamente lo contrario a lo que estaba buscando.
A partir de tal evidencia el protagonista podrá entonces vivenciar genuinamente ese aislamiento así obtenido y profundizar la vivencia de soledad en la que ha desembocado dramáticamente y empaparse de ella. Recién a partir de estas auténticas vivencias, estará en condiciones de caldeamiento como para poder hacer la mnemesis dramática de la «escena nuclear conflictiva» que ancla su conducta y encararla para su intento resolutivo.
El director promueve, entonces, un nuevo paso de caldeamiento para adecuar al grupo y aproximarlo al grado de atemperación del protagonista. Para conseguir esto, da la consigna a cada uno de los otros integrantes del grupo, de efectuar una introspección que le permita a cada integrante visualizar que cosas propias van a movilizarse a partir del trabajo propuesto por el protagonista en el contrato psicodramático (Ver); una vez hecha esa introspección cada integrante del grupo debe comunicarla al protagonista elegido de este modo se asegura el compromiso grupal con el protagonista para que éste no desarrolle su trabajo en el vacío y el resto del grupo constituído a partir de allí en audiencia (Ver) puede vibrar ante la acción dramática, adecuadamente como «caja de resonancia».
La táctica de la redistribución garantiza al protagonista, que la recibe, la sensación de «no estar solo» y de ser, no solo el gestor de su propia búsqueda, sino el protagonista de toda la investigación grupal.
Son clásicos ejemplos «la teoría del absurdo» (Ver) o «la interpolación de resistencia» (Ver). Estas estratagemas de dirección deben ser (a nuestro entender) diferenciadas de las denominadas técnicas psicodramáticas (ejemplo: inversión de roles). Estas últimas son propuestas ofrecidas al protagonista (directamente o a través del yoauxiliar) para que el mismo paciente explore, con máxima libertad sus roles y profundice su investigación dramática, hacia el «darse cuenta» espontáneo (lo que significa el respeto de su propio tiempo).
Como se ve: las tácticas son siempre más riesgosas (léase más potencialmente manipuladoras) que las técnicas. La necesidad de operar con tácticas exige, tanto en los yoauxiliares como en los directores, impecabilidad instrumental y diafanidad télica. (Quienes operamos con cierta veteranía con las escenas, sabemos qué fácil es engancharnos, comprometiendo algún deseo o alguna escena propia).
Cuanto más experimentados nos hacemos y más trabajados por dentro, más precavidos y respetuosos nos volvemos los directores de psicodrama y esto es sumamente positivo. ¡Se han visto tantas actuaciones disfrazadas, bajo el manto de «buenas intenciones tácticas, en ciertas escuelas de psicodrama!.
Fueron los antecedentes históricos sobre los que se sustentaron las ulteriores reflexiones del padre del psicodrama. Cuando todavía era estudiante de medicina, Moreno actuaba ya en Viena como director dramático y se encontraba inscripto en el movimiento teatral de su época. En sincronicidad con otros directores (que él mismo desconocía todavía … como Copeau y Antoine en Francia, por ejemplo, Kasán en Estados Unidos de Norte América o, Stanisvlavsky en Rusia), el joven Jacobo reaccionaba asimismo contra el teatro romántico decadente, muy imperante en su época. Enrolado también (por aquel entonces), en el intento de lograr un cambio en lo teatral, Moreno poseía ya ideas novedosas, sobre la revalorización de la creatividad y en torno a la liberación de la espontaneidad, en el quehacer dramático; así como con respecto al rol, que debía asumir el director de escena para favorecer tales transformaciones. Por otra parte, su gran sensibilidad ante el dolor del alma humana y, su especial preocupación ante el fenómeno de los seres aislados, lo habían llevado a observar sistemáticamente las barras de chicos, que solían jugar en los parques vieneses. Con el mismo entusiasmo y con la misma sensibilidad social, había pasado por experiencias muy develadoras, al trabajar también con ciertos grupos de prostitutas (trató de persuadirlas infructuosamente, para que se organizaran en sindicato). Todas estas inquietudes latían en el corazón del joven hombre de teatro (de honda cultura jasídica), con vocación médica y, más adelante … psiquiatra. Pues bien, precisamente a partir de todas estas experiencias, en el ámbito de su «teatro de la espontaneidad» (véase Caso Bárbara) Jacobo Levy pudo comenzar la reflexión que confluyó en un sistema metodológico abierto; un modo de pensar y de operar sumamente rico, aplicable al amplio campo de las ciencias del hombre, que finalmente propuso (con gran entusiasmo y grandeza), a quienes quisieran continuar sus investigaciones. Centrándose en la filosofía del encuentro, del acto y del momento (que reverberaban en su época), sustentó las bases de sus búsquedas, inició la psicoterapia grupal, creó el Psicodrama y el Sociodrama y dio origen a la Sociometría. El libro, que Moreno dedicó al teatro de la espontaneidad, fue escrito tardíamente por él mismo. Como la mayoría de sus otros libros, se plasmaron muy lejos de aquella experiencia teatral originaria (en íntima colaboración con Zerka Moreno, indiscutible ánima motivadora de sus escritos sistemáticos). Este debe ser el motivo por el cual, este libro suyo es más un tratado sobre psicodrama y sociometría, que un escrito sobre la metodología del teatro de la espontaneidad. Este procedimiento teatral (además del reconocimiento histórico, por el hecho de haber sido la matriz fundante de todos los otros procedimientos, derivados originariamente de allí) merece hoy ser reconsiderado en su justo y propio valor, ya que sigue siendo un modo de proceder autónomo y muy válido por cierto. En muchos círculos especializados se lo está rescatando, investigando y practicando. Giovanni Boria, desde el «grupo de psicodramatistas morenianos» de la ciudad de Milán, hace tiempo viene sosteniendo su excelente validez metodológica y, lo utiliza como procedimiento dramático pautado, para favorecer el encuentro vivencial básico, en las jornadas compartidas con sus colegas y discípulos (evitando el riesgo de intromisiones innecesarias en la intimidad fantasmática de los participantes al evento, tal como demasiadas veces ha ocurrido mediante la práctica inadecuada de los «psicodramas públicos»). Muchos otros especialistas así lo prefieren y ya vienen siguiendo esta tendencia. En el mundo psicodramático brasilero por ejemplo (en el seno de la FEBRAP), es notable el desarrollo alcanzado en este sentido. En nuestro medio, el «Instituto De La Escena», con el aval del «Centro Junguiano De Antropología Vincular», viene desarrollando programas de investigación y práctica, en torno al «Teatro espontáneo». Pero sin lugar a dudas, son Mario Buchbinder y Elina Matoso (con su «Instituto De La Máscara») quienes, desde hace muchos años están dando espacios a los rituales lúdicos del enmascararse y el desenmascararse. De este modo ellos vienen creando, investigando y enseñando, de manera muy especial el «teatro de la espontaneidad», sus grandes posibilidades y sus notables alcances.