Entraba en el delirio del paciente creándole un mundo auxiliar en el que los yo auxiliares debían asumir los roles que antes solo poblaba el delirio del protagonista. Moreno procedía de esta manera durante todo el tiempo que fuera necesario, no solo sesión tras sesión, mientras operaba sobre el delirio que dirigía de la misma manera como se coordina psicodramáticamente un sueño; la tarea de los yo auxiliares continuaba en interacción durante las horas rutinarias de la internación del paciente acompañándolo cálidamente y sustantivamente en sus actividades cotidianas.
Solo a medida que el paciente iba poco a poco, asumiendo el principio de la realidad se iban cambiando roles de ese mundo auxiliar.
Todos los elementos de un sueño (o de un mito) así como sus tramas y sus escenas, de este modo exploradas, permiten, al mantenerse dentro de ese contexto, respetar la profundidad inagotable de lo simbólico para hallar su resolución en su propia tendencia integrativa y elaborativa arquetípica.
Esta idea parte de la base que toda interpretación por más válida que sea, si bien apunta a una verdad, descubre siempre algo parcial; mientras el material simbólico, justamente por ser simbólico, es en algo siempre inenarrable e inagotable en su totalidad. Por tales razones es siempre buena práctica en psicodrama respetar el momento de la «realización simbólica» cuando se está trabajando en la escena y dejar las interpretaciones para la etapa de comentario y análisis en el contexto grupal. Trabajar con esta modalidad implica confiar que, en esencia desde la profundidad, lo simbólico con mucha frecuencia tiende a la integración.
Se efectúa dando espacio y tiempo a los integrantes del grupo, antes que se ubiquen en el auditorio (Ver), como «caja de resonancia» (Ver), para que compartan, unitiva y vivencialmente, sus impresiones con el protagonista elegido.
Es un paso casi ineludible cuando es uno solo el integrante que se ha propuesto para ser elegido como protagonista, durante el caldeamiento.
Esta táctica le da al protagonista la certeza vivencial de no estar aislado; de ser verdaderamente el que va a protagonizar, no sólo para sí, sino también para lo demás (Ver protagonista) y le da al coordinador la seguridad de no haber desembocado en la elección de un «chivo emisario».
Otras veces, cuando la propuesta de protagonización ha sido compartida y la elección ha sido difícil, esta técnica permite que, los coprotagonistas no elegidos, se sientan tenidos en cuenta, no desplazados arbitrariamente, acompañados y contenidos en su postergación momentánea, hasta otro momento dramático del proceso terapéutico.