Moreno lo define como un «locus nascendi». Recurre a este enunciado clásico precisamente para remarcar que su concepto de matriz debe ser entendido en el sentido de un lugar de acontecimientos fundantes. Señala de este modo a la matriz como una coordenada espaciotemporal que se ofrece al ser para todos los choques y los encuentros. La matriz moreniana debe verse como una verdadera área de vínculos. Es más, para Moreno, matriz es en sí el concepto mismo de vínculo en su acepción más propia. Este concepto de matriz no debe ser tomado en el sentido de un mero molde, sino más bien como un universo de acciones e interacciones fundamentales y constitutivas; un área en la que el hombre juega todos los encuentros y los desencuentros; un locus peculiar donde van a surgir todos aquellos roles protagónicos, deuteragónicos y antagónicos que son los que imprimen y sellan, en el momento mismo de sus originales emergencias, las características funcionales de un determinado individuo durante el proceso evolutivo en el que se va constituyendo.
Estas ideas en Moreno trascienden la sola preocupación de esbozar un modelo evolutivo que pueda resultar operativo par el quehacer psicodramático. Apuntan mucho más allá, incluso, de sus novedosas comprensiones clínicas.
Esta concepción de matriz con la que trabajó Moreno es una de las ideas capitales entre las que conforman su pensamiento, las que se proyectan como los elementos fundamentales de su peculiar cosmovisión totalizadora de su propio mundo personal (Ver cosmovisión moreniana).
En los escritos de Moreno hallamos la descripción de su modo de concebir un modelo evolutivo humano. Así como antes de nacer el ser humano se halla cobijado en la matriz materna, a partir del nacimiento el niño deberá atravesar otros tres universos para continuar su proceso constitutivo de una propia identidad singular.
La matriz de identidad (Ver matriz de identidad), la matriz familiar (Ver matriz familiar), y la matriz social (Ver matriz social) son los universos que esperan al ser humano una vez que ha salido de la matriz materna mediante el acto del nacimiento.
Según Moreno esto no se dará para cada ser humano como un simple pasaje evolutivo lineal.
Las matrices morenianas no deben considerarse como jalones que se van elaborando secuencialmente durante el proceso evolutivo y que por lo tanto serán dejados atrás en la medida que ese proceso avance.
Del mismo modo, como el Yo es pensado por Moreno a la manera de un mosaico o una mórula, es decir, como un conjunto de átomos culturales (Ver átomo cultural) compuestos de todos aquellos roles que lo integran, el ser humano adulto en sus multifacéticos aspectos y modos de vincularse, presenta concomitantes y coimplícitamente siempre todas y cada una de sus matrices en cualquiera de sus actos.
Esto permite comprender por qué la antropología moreniana concibe al hombre como un ser fundamentalmente vincular y como tal, a partir de sus múltiples modos de vincularse, como un ser complejo y mixto.
Esta concepción antropológica es la que permite a Moreno superar las taxonomías psicopatológicas.
La propuesta terapéutica de Moreno es esencialmente la de ofrecer en el escenario psicodramático un «locus nascendi» y un «status nascendi» resolutivo, es decir, una nueva matriz reestructurante.
En esta matriz abierta le es ofrecida al niño una nueva placenta, una «placenta social», dice Moreno, donde puede arraigarse. Esta placenta esta constituida por los vínculos con los padres y las demás personas o seres significativos que le van a rodear. Todos le esperaban desde antes de su nacimiento y se ha producido un verdadero cambio en las relaciones y en las interacciones de estos yoauxiliares naturales. La casa ha cambiado, la habitación que le va a ser destinada ha sido transformada, etc. Desde el momento del nacimiento este universo nuevo se caracteriza por un modo especial de coexistencia y de coexperiencia tanto para el niño como para los yoauxiliares naturales.
En este universo el vínculo entre la madre y el hijo funciona como un todo inseparable. Ambos forman el núcleo fundamental de la matriz de identidad y se funden en una sola unidad que constituye la «zona» (Ver zona).
En los trabajos de Moreno la matriz de identidad ha sido claramente descripta en sus dos faces: la fase de matriz de identidad total indiferenciada o primera fase (Ver matriz de identidad total indiferenciada) y la fase de matriz de identidad diferenciada o segunda fase, también llamada por Moreno: «fase de realidad total» (Ver matriz de identidad total diferenciada).
En la matriz de identidad el niño comienza a desarrollar los roles psicosomáticos con el objetivo primal de resolver sus necesidades biológicas en su nueva situación, propia del entorno abierto. Con esa tensión empieza además a encarar su proceso de diferenciación.
A partir de estos discernimientos que funcionan como verdaderos actos fundantes, el niño va constituyendo un nuevo modo de ser.
Es en esta segunda fase de la matriz de identidad en la que comienza a emerger nuevos roles y en la que los contra roles se empiezan a distinguir como funciones.
Mediante estas emergencias y sus actos fundantes, el ser se va instituyendo en un preyo en el que confluyen todos sus roles, y a partir de allí, el niño puede situarse frente a un prenoyo en el que a su vez irá ubicando todos los roles complementarios, como, por ejemplo, las funciones parentales. Será esto para el niño una verdadera secuencia dramática de aconteceres antagónicos y deuteragónicos.
En esta fase cuando el prenoyo ya puede comenzar a ser percibido como un conjunto de pautas o funciones, se entabla un proceso de interacciones diferenciadas que se hallan instituidas en un orden que podemos caracterizar con el sello de una interacción de tipo mágico. Este ordenamiento patentiza la forma característica de lo promotor y el interjuego domesticador.
Es en esta fase infantil donde comienza a ponerse en crisis la relación de pura proximidad y de puro presente, propia del sincretismo de la fase anterior y se comienza a esbozar para el niño, un principio de espacialidad y de temporalidad.
Mediante una serie de actos fundantes, el niño se lanza al reconocimiento del deslinde entre sus necesidades y sus funciones que las satisfacen.
A partir de estos esbozos, podrá separar de sí, al objeto como una forma y a la función parental, como una figura fisiognómica, que a su vez lo instituirá a él mismo, donándole una imagen, fundándole en un principio de identidad.
En esta matriz las funciones parentales comenzarán a recortarse como figuras fisiognómicas que se irán poco a poco distinguiendo del preyo.
Estas distinciones serán las que posibiliten finalmente la emergencia de una capacidad que Moreno ha denominado «La facultad télica» (Ver tele) que es la que permite al niño comenzar a relacionarse a distancia con lo noyo. Las cosas y las figuras, instituidas ahora ya como figuras fisiognómicas familiares que acaban de ser recortadas, simultáneamente le permiten la posibilidad de recortarse a sí mismo. Pero a pesar de estos recortes la perentoriedad de la necesidad infantil es todavía tan poderosa que continúa tiñendo dramáticamente todas las interacciones que acontecen durante las dos fases del primer universo.
El interjuego continúa con todas sus características premotoras, hambriento de inmediatas satisfacciones.
El impulso en este orden busca intensamente ser aplacado, esta tensión campea con mucha fuerza en toda la matriz de identidad.
La capacidad télica del niño aquí es, por lo tanto, apenas un esbozo y el rol está tan anclado a su complementario que constituye con su otro polo, un permanente intento de dupla anclante, como si primaran poderosamente en todos los interjuegos la ley mágica del contacto encarnante y la ley de similitud. Este es el motivo por el cual las técnicas psicodramáticas más adecuadas para favorecer la producción de los deslindes en el nivel de estos roles fijados a fases arcaicas, son el doble y el espejo (Ver técnica del doble y técnica del espejo).
El niño, sin embargo, todavía no puede discernir entre lo real y lo imaginario. La brecha entre fantasía y realidad recién comienza a establecerse. Cuando ésta esté consolidada, el niño habrá advenido al segundo universo que Moreno denominó: «matriz familiar» (Ver matriz familiar).
En esta fase el niño no puede aún distinguir la proximidad de la lejanía, el antes del después, el adentro del afuera.
Se halla inmerso aquí en un absoluto sincretismo; todas las personas, los objetos y él mismo no pueden ser diferenciados. Por estar sumergido en la pura experiencia de su devenir, se despliega en una continua concatenación de actos en los que él mismo es cada uno y la totalidad de esos actos.
Moreno denomina a este continuo de aconteceres «el hambre de actos infantil» (Ver hambre de actos).
En tal absoluta indiferenciación no ha surgido el rol observador que pueda registrar los propios acontecimientos.
La única función de registro en esta fase se inscribe en la opacidad de lo corporal. Tales registros cuando son caldeados y rescatados por el psicodrama suelen aparecer como climas, temples o actitudes básicas en algún rol psicosomático ya que en esta primera fase infantil es cuando emergen los roles psicosomáticos.
Estos roles necesitan ser complementados por las funciones de los yoauxiliares naturales que deben actuar como roles complementarios. Para el niño estas funciones están todavía inmersas en un total sincretismo y por lo tanto no pueden ser distinguidas.
Cuando el desarrollo neurológico lo permita, el niño comenzará a distinguir y podrá hacer sus primigenias diferenciaciones en cuanto a la proximidad o lejanía, el antes y el después, lo interno y lo externo. Este será el umbral que lo hará entrar en la segunda fase del primer universo infantil (Ver matriz de identidad total diferenciada).
Los roles psicosomáticos se hallan en esta matriz en la tercera etapa de su desarrollo «el deslinde de un tercero en la continuidad de la experiencia» según Moreno en su modelo del rol ingeridor.
En esta matriz emergen los roles denominados «originarios» (Ver rol originario) que se sustentan en los psicosomáticos a los que se yuxtaponen. Los roles imaginarios juegan en el vínculo de la triangularidad (hijomadrepadre). Esto implica su diferenciación en el acto mismo de su surgimiento. Las funciones parentales (Ver funciones parentales) de la fase indiferenciada que se perfilaron como figuras fisiognómicas (Ver figuras fisiognómicas) en la fase diferenciada de la matriz de identidad, toman en este «locus», gracias a la nueva percepción del niño, las características de personajes familiares (Ver personajes familiares).
La matriz familiar, como se ve, es en última instancia la red vincular que se va conformando a partir de la interacción de estos roles originarios. La triangularidad de estos vínculos, los juegos del tercero incluido y del tercero excluido, se ofrecen como zona para el despliegue infantil.
La ansiedad básica de la matriz de identidad, el hambre de actos (Ver hambre de actos) comienza a ceder su dominio, aflorando el hambre de transformación.
A partir de la descripción fenomenológica de lo que acontece en esta matriz se impone su división en dos fases: la fase mítica (Ver fase mítica) y la fase ideológica (Ver fase ideológica) que se caracterizan por órdenes axiológicas e interacciones vinculares diferentes.