En este contexto vincular, ya fogueados en nuestra capacidad de frustración y un poco más adultos, más cohesionados en nuestras propias ganas (ver: hambre de transformación), los seres humanos deseamos y padecemos; pensamos sentimos, intuimos y hacemos; perseguimos nuestros objetivos o, nos perdemos; vivimos el momento o, nos entrampamos; creamos y destruimos (en fin), vivimos todas nuestras crisis (más o menos conflictivamente). A través de todas estas experiencias no solo buscamos, además nos buscamos a nosotros mismos (obscuramente la mayoría de las veces). De este modo es posible logremos ser nosotros mismos (así como es posible que nos malogremos). La vida es un verdadero viaje y al transitarla, nos vamos encontrando con los demás, así como podemos desencontrarnos (tambien); atándonos y soltándonos; chocando y volviéndonos a vincular. De este modo van dándose los caminos, en nuestra matriz social En ella podremos encarar encrucijadas, de manera bastante adulta, solamente si nos fue posible afianzarnos (de antemano), en el interjuego de los roles infantiles originarios (esas relaciones básicas, tan propias de la «matriz de identidad» y de la «matriz familiar» (ver respectivamente), a lo largo del propio camino de ser persona. La matriz social es (como se ve) el mundo vincular en el que cada ser humano se juega, crea, crece y trasciende, mediante sus roles sociales. Desde de la originalidad de la teoría de los roles de J. L. Moreno es posible visualizar el transcurso de cada vida como una serie de ciclos (en espiral), en los que se renuevan primaveras, veranos, otoños e inviernos. Cada estación dura 7 años y las cuatro integran un ciclo. Son ciclos de 28 años, integrados por cuatro estaciones que duran siete años cada una. 28 años para el aprendiz; 28 años para el instructor y 28 para el primer nivel de maestría. En cada umbral de estas estaciones y en cada invierno de cada uno de estos ciclos, la vida nos enfrenta a crisis muy especiales. Aceptarlas, como propuestas de templanza, de cambio, de transformación y de auténtica trasmutación, este es nuestro destino. Este es el proyecto profundo de nuestra vida y del arte de saber vivirla.
Aparentemente invisibles a la mera observación macroscópica ellas son, sin embargo, susceptibles de ser descubiertas mediante el estudio sociométrico.
Esta matriz está compuesta por diversas configuraciones que patentizan el tejido específico de la red sociométrica.
Cuando se la estudia específicamente, esta red aparece con toda su complejidad vincular.
La Teoría de los Roles ubica la aparición del rol observador en este mismo momento de la evolución infantil.
Estos niveles o registros se denominan: a) «el nivel de la Vida», entendiendo por tal no solo lo biológico, o lo históricobiográfico, sino «todas» las dimensiones posibles de lo humano, incluyendo aquellos. Martínez atribuye a este registro la mayor vastedad y el contenido más concreto (de la voz griega que significa «con todo», «todo junto», «entero», «completo»).
b) «el nivel Discursivo», el de las simbolizaciones, el más limitado, el manifiesto, al cual Martínez califica de abstracto (del griego, que designa el acto de sacar algo de alguna cosa, de privar a alguien de algo, de poner aparte).
c) «el nivel Imaginario», ubicado entre los otros dos, más abstracto que el de la Vida, pero más concreto que el Discursivo al cual subyace y determina, excediéndolo netamente en cuanto a vastedad e inconmensurabilidad.
Entre estos tres niveles, los significados se van modificando transformándose al circular desde uno a otro, destacándose este proceso en la génesis de los productos de la Creatividad (entre otros) (Ver).
En Clínica Psicodramática cobra especial interés el pasaje de lo discursivo (manifiesto) a lo imaginario (latente) ya que, a menudo, son elaboraciones discursivas las utilizadas por la represión para impedir un adecuado contacto con el Nivel Imaginario y, más allá de éste, con la más compleja y totalizadora dimensión que el autor denomina «Nivel de la Vida». (Ver «escena»).