Cada vez que uno se plantea la adecuación o la inadecuación en estos casos patológicos de asumir el rol exigido uno debe saber que siempre «se engancha»; tanto se otorga a la exigencia como si se niega (y a veces es importante concederla) así como otras, es necesario limitarla técnicamente para favorecer en el paciente su crecimiento en la vincularidad.
Lo que sí es importante, desde la táctica terapéutica cuando uno se halla en el rol exigido, es saber que, más allá de gratificar o de frustrar, la única posibilidad para «desenganchar se» es «darse cuenta», y este «darse cuenta» implica, no sólo la mirada en lo vincular situacional y en el otro, sino además, fundamentalmente, la mirada psicodramática hacia la propia «interioridad» (hacia las propias escenas profundas del terapeuta que pueden estar resonando con la escena situacional).
Surgen y se afianzan como actos de confrontación axiológica, como choques vinculares de criterios y de valores, que permiten que el niño comience a consolidarse en una nueva identidad infantil.
Estos roles son los que permiten la superación del interjuego de los «personajes míticos» y el comienzo de la visualización de estos personajes como personas. Aquí la familia comienza a ser la palestra interactiva, de lo que va a ser, después, la sociedad. Al jugarse estos roles los criterios absolutos de la primera infancia comienzan a relativizarse.
Desde el punto de vista terapéutico la reactualización de los roles familiares permite, en el trabajo psicodrámatico con los yoauxiliares, mediante técnicas adecuadas, operar profundamente con el nivel transferencial, para modificar las percepciones y permitir una más adecuada interacción télica.
Aparecen en el niño en su evolución de identidad como «actos primigenios de percepción integrativa». El espejo es un ejemplo de ello.
Permiten la salida de lo vivencial sincrético (propia de la primera fase del universo de la matriz de identidad) instituyen en un nuevo modo de ser y de vincularse, y constituyen el principio puntual de la conciencia de tiempo (como «ahora», «antes» y «después») y del espacio («adentro» y «afuera», «cerca» y «lejos») y permiten la percepción de las funciones parentales en su aparición como «figuras fisiognómicas». Comienzan la estructuración de un «preyo» y de un «prenoyo», e inician la «capacidad infantil mimética» copiando la figura parental ubicada afuera.
Desde el punto de vista terapéutico la reactualización de los roles fundantes permite, en el trabajo psicodramático con los yoauxiliares y mediante técnicas adecuadas, las modificaciones perceptivas en el nivel transferencial proyectivo (proyecciones de objetos parciales).
El rol generador de identidad no es un aspecto patológico. Todos tenemos un rol dominante que nos ayuda a cimentar nuestra identidad, construyendo nuestra autoconfianza, especialmente si este rol es pasible de cambios en diferentes momentos de la vida, en consecuencia un eje predominante pasa a funcionar como defensivo en situaciones de conflicto, teniendo también una función ordenadora.
Los roles heterónomos pueden ser solidarios (Ver) o promotores. (Ver).