Esta ausencia, cuando se patentiza en el escenario dramático, generalmente manifiesto también con bastante claridad su anclaje profundo, condicionado por «la culpa» o «el pánico». Esta manifestación patética permite, muchas veces, aceptar tal imposibilidad; encontrarle un sentido; asumir la frustración y verla desde una dimensión más elevada. (Ver «Trilogía de la culpa»).
Desde el punto de vista evolutivo, se denominan roles originarios a los actos interactivos que el niño comienza a jugar en el umbral diádico y que continúa afianzando durante la vincularidad en la fase mítica de la matriz familiar.
Estos roles son los que permiten al niño ir consolidando la brecha entre la fantasía y la realidad.
Son las conductas que se van estructurando en el fascinante «juego del tercero excluido» y del «tercero incluido» que le permiten además constituirse, al niño, mediante su fundante capacidad mimética y su capacidad mitopoyética (que surge precisamente durante estas interacciones) mediante la emulación con sus yoauxiliares naturales, que en esta fase comienzan a ser visualizados por él como personajes míticos familiares.
Desde el punto de vista terapéutico las reactualizaciones de los roles originarios permiten, en el trabajo psicodramático con los yo auxiliares y mediante las técnicas adecuadas, el afianzamiento básico en la confianza ontológica y el amor esencial, propio de la vincularidad originaria. Esto es lo que permite sentirse arraigado en estas relaciones básicas para poder, desde allí, rescatarse en las diferencias y en las controversias autoafirmativas, para reestructurar las transferencias, desde el arraigo en el amor esencial de lo familiar.